jueves, 14 de febrero de 2008

Prologo al libro de Leandro Albani


Nota en el barro

POR: Mariano Pacheco


En el barro es el segundo libro de cuentos de Leandro Albani. El anterior, Mapas nocturnos, fue publicado en el invierno de 2004. Tuvieron que pasar casi cuatro años para que “Lean” –como le decimos quienes compartimos periplos con él- nos convidara nuevamente con sus narraciones. Quienes lean estos relatos y no lo conozcan podrán, al menos un poco, acercarse al hombre –al “muchacho”, podríamos decir, ya que Albani no ha llegado aun a los treinta años- que hay detrás de todo autor.
Su ir y venir a su Pergamino natal. Su pasión por los viajes y el conocimiento de nuevos lugares. Sus amores y desamores –¿importa si son reales o imaginarios?-. Su compromiso con el oficio que eligió (si no lo saben, les cuento: estudió Periodismo de Investigación y dio clases en la Universidad de la Asociación Madres de Plaza de Mayo; trabajó en su periódico y su radio: en el informativo y como conductor de un programa de literatura).
También pueden verse en las líneas de este libro su preocupación por la realidad histórica que lo atraviesa. Aunque no de manera burda, al mejor estilo del peor realismo. No: Albani nos mete en la “realidad real” haciéndonos creer que habla de una cosa, cuando en realidad está hablando de otra. Más allá de sus declaraciones (“la literatura es, quizás, una herramienta a tener en cuenta para el aporte hacia la liberación”, sostiene en su “nota” final), lo que en estos relatos podemos encontrar es un sendero que nos lleva de la realidad real a la ficcional, y viceversa.
No faltan tampoco, en estos cuentos, un recorrido por la extremadamente dura y tierna vida de algún viejo boxeador. No importa el nombre, por supuesto. Podría ser cualquiera de nuestros grandes íconos nacionales. Pongamos por caso el “Mono” Gatica. Tal vez haya sido azaroso, no lo sé. Pero el relato del boxeador es anterior a uno titulado “El viejo” (¿será una metáfora, un guiño al film de Leonardo Favio, en donde Gatica se saluda con Perón, y el primero le dice al segundo: “Dos potencias se saludan”?).
Finalmente, porque tal vez no podía ser de otra manera viniendo de quien viene, la presencia de esas 30.000 ausencias. Seguramente no sea casualidad que esta colección de la Editorial El Colectivo, en la que sale publicado En el barro, se iniciara con la novela Estado de Gracia. Su autor, Guillermo Cieza, es un reconocido militante de la década del 70, que no puede aceptar la idea de transformarse en un “veterano de guerra”. Porque sabe que colgar sus sueños en un perchero equivale a resignarse, a soportar un hediondo olor a naftalina que sólo puede provocarnos nauseas. Y Cieza es un tipo al que los jóvenes no lo ven como a un abuelo, un jubilado. Por eso le dicen “tío”.
“Si nosotros no nos divertimos nos van a ganar siempre”, dice Marcelo, uno de los personajes “setentistas” que Leandro Albani construye en uno de sus cuentos. Comprendo su sensibilidad. Me identifico. Tal vez porque pertenecemos a la misma generación: esa que carga sobre sus espaldas con la derrota de las generaciones que la precedieron, pero que al mismo tiempo intuye que las cosas pueden llegar a ser de otro modo. ¡Porque alguna vez fueron de otra manera, que duda cabe! Con cadáveres apilados unos sobre otros, es cierto, pero también con sonrisas contagiosas, entusiastas. Decía que comprendo su sensibilidad. Y recuerdo, en este momento, con qué atención leí un párrafo que Albani había marcado en un libro que me prestó. Se trata de la novela El pibe, de Guillermo Saccomanno. Y dice así: “Aunque rajemos ante la superioridad del enemigo, nunca nos sentimos derrotados. Nos acordamos de una trompada, un piedrazo, un enemigo caído. Y al revivir los momentos heroicos de la lucha, nos vamos convencidos de que, en verdad, no fuimos vencidos”.

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