martes, 27 de mayo de 2008

NOTAS SOBRE "VIDA LUMPEN" DE ESTEBAN RODRIGUEZ



Bocetos, caminos,

experiencias de escritura

Por Mariano Pacheco para el boletín Nº88

(http://www.prensadefrente.org/, mayo 2008)


Hay un provervio chino que dice: “conocer y no actuar es como no conocer”. La frase se completa y complica con las palabras que morfeo dedica a Neo, en Matrix: “Tarde o temprano te darás cuenta que una cosa es conocer el camino y otra recorrerlo”. Con estas líneas, Rodriguez comienza su último libro, editado por la UNLP. Este ensayo de 343 páginas se mete con el concepto de lumpemproletariado, ya no como cafilicativo despectivo, sino como “herramienta teórica que contribuye con más preguntas que las que puede aportar el propio proletariado”.

El libro. Si en “Las formas del lumpenaje”, el primer capítulo, se mete con las distintas caracterizaciones que se han hecho sobre el concepto y las experiencias de lucha desarrolladas por el lumpenproletariado, será para llegar a la conclusión de que allí anida el punto de partida para la acción colectiva del proletariado. En el segundo capítulo, “El hecho maldito y lumpen de la Argentina”, la propuesta es recorrer el andamiaje teórico que ha polemizado sobre “los descamisados”: desde la animalización del sujeto en cuestión, por Ezequiel Martinez Estrada, hasta la posición de A.Ghioldi y Jorge Abelardo Ramos, quienes, desde la izquierda, caracterizaron al peronismo como “Bonapartismo” (o Milcíades Peña, para quien el peronismo reactualizaba los temas planteados por K.Marx en el 18 Brumario).“La lumpenproletarización de la sociedad”, el tercer capítulo, arroja la hipótesis de que el lumpemproletariado no es un estado de cosas, sino un fenómeno complejo. Concentrándose en los procesos de recomposición de los sectores populares.El cuarto capítulo, “Fragmentación e identificación en la Argentina neoliberal”, se mete de lleno en los procesos de serialización y ruptura de los lazos sociales operados en nuestro país en los últimos años.“La lumpenproletarización de la izquierda”, el quinto capítulo –tal vez el más polémico- plantea que la lumpleproletarización no está afuera sino adentro de las experiencias. Caracteriza como “fragmatismo” a la forma de identificación de la izquierda vernácula, tanto la “tradicional” como la “nueva”. Dice que si la vieja izquierda, “sectaria”, promueve el socialismo en un solo partido, la “autonomista”, en muchos casos, no difiere demasiado de aquella: se propone el socialismo en un solo barrio, facultad, colectivo cultural o publicación de contrainformación.En el sexto y último capítulo, “Más allá y más acá de la clase”, el autor se para desde la polémica categoría de multitud y propone la siguiente hipótesis: cuando la sociedad en general (proletariado incluido) se han lumproletarizado, la multitud es la forma de estar, por parte de los sectores subalternos, en una sociedad cada vez más polarizada y fragmentada. “La multitud es la categoría que mejor nos permite dar cuenta de los procesos de lumpemproletarización”.

El autor. Abogado y magíster en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de La Plata; docente en la UNLP, la UNQUI y en la Unidad Penintenciaria n°9 de la Pcía. de Bs. As. (donde se negó a tomarle exámen al ex comisario Alfredo Fanchioti, condenado por los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán). Es también editor de la Revista La Grieta e integrante del Galpón de Encomiendas y Equipajes, un centro cultural ubicado en la ciudad de La Plata. Rodríguez, que leyó a Fiedrich Nietzsche y Michel Foucault (y es más, sospecho, que leyó al primero desde el segundo), se empeña en una labor ardua, como es la del genealogista: “la genealogía”, escribió Foulcault, “exige el saber minusioso, gran cantidades de papeles apilados, paciencia…”. Tres características que están claramente presentes en este trabajo.Alguna vez el autor planteó, en un libro anterior, Estética Cruda, que “lo crudo es lo que no está cocido, pero que no necesita esperar a su versión definitiva para constituirse en una obra acabada”. Insistía en que lo crudo es un boceto inacabable. Para decirlo con sus propias palabras: “un ensayo interminable que no puede parar de escribirse”. Vida lumpen tiene un poco de eso. De hecho, cuando el “Estetica” se publico -a principios de 2003- ya anunciaba que el Bestiario de la multitud se estaba amasando, gestando. Bastante cerca de Derridá (y también de Alan Badiou), manifestó entonces que “la crudeza no es el arte de lo posible, sino justamente lo contrario: una experiencia que se abre desde lo imposible”. Esto parece quedar claro desde el título, pasando por la primera frase, hasta llegar al final de este libro que se construyó sobre un concepto dificil de digerir para la cultura de izquierda. Escritura de boceto, entonces, y escritura de la mezcla. Una experiencia que trabaja con lo que tiene; en los tiempos que (no) tiene. Concepción bien presente en la escritura de este libro, construido sobre incontables lecturas y extensas conversas sobre las experiencias sociales de la última década. Tal vez por eso, si miramos la bibliografía, podemos toparnos con citas que van desde la antropología de Lévi Strauss a la literatura de Roberto Arlt; de clásicos como Marx y Lenin a “gente amiga” como Miguel Mazzeo, María Pía López, Guillermo Cieza y Horacio Gonzáles; de periodistas argentinos como Cristian Alarcón a pensadores europeos como Althusser, Foucault, Arendt y Negri. La lista es larga. De Cortázar a Hobbes; Del Gordo Cooke a Gramsci; De Cortázar a Fanon; De Scalabrini Ortiz a Trotsky; De Guevara a Holloway; De Borges a Deleuze. Si me paseo por todos estos nombres no es para fastidiar a nadie, sino porque creo que en este mosaico de autores, de disciplinas que van desde la filosofía la cine, desde la sociología a la historia, podemos encontrar una interesante fotografía de quien vuelca en un ensayo gran parte de su biblioteca, parte fundamental de su experiencia. Que no empieza ni termina ahí, eso está claro.

El camino. Hay una idea que está flotando en el primer capítulo y que quería resaltar. La idea de que no es el dolor, la situación de explotación/dominación/alienación la que nos junta. O no solamente. Que en su momento fue la fábrica la que modeló y juntó al proletariado en gestación (así como en los últimos años fue el barrio el que aglutinó a los desocupados, y muchas veces, a los que, aun conservando un trabajo, ya no se sintieron convocados por sus gremios; o la facultad; o algún centro cultural, que han funcionado como lugares para reunirnos), es una parte de la historia. Rodríguez rescata otra instancia. “No solamente el dolor”, escribe, “también la pasión por juntarse nomás. La reunión como posibilidad de beber, comer, fumar, reír, jugar, cantar, bailar y conversar entre todos”. Lo dice en función de reivindicar a la taberna como lugar importante (tanto como la fábrica) para que los proletarios se constituyeran como un colectivo con confianza en sí mismo. Porque en la taberna, “la gastronomía y la danza se confunden con el juego y a veces con el sexo”. Porque allí, insiste, fue en donde cada uno descubrió que su problema era también el del otro. Allí descansan, leen (casi siempre en alguna pieza del fondo) los periódicos y folletos propagandísticos. “Y todo eso no sucedía de un modo conpungido y serio; sino en medio de carcajadas, gritos y jadeos”. Porque en la taberna, los proletarios, sienten “la alegría de saberse formando parte de algo más grande”.Otorgarle a los sitios lúdicos un papel tan destacado, sospecho, puede ser vital para una reactualización de las concepciones sobre la militancia, el compromiso, las apuestas de transformación. Destacar que lo que nos junta, también, es la voluntad de hacer las cosas de otro modo; una indignación compartida ante las injusticias; cierta camaradería, y otras tantas cosas más. Y que eso no es nuevo, sino que tiene sus antecedente en la propia historia de los trabajadores.Eso viene a decirnos Rodríguez en los pasajes mencionados y que rescatamos para tratar de pensar la actualidad, el porvenir. Porque el lumprenproletariado -callejón sin salida y promesa- es presentado en este libro como un ambiguario: “Es la imposibilidad de la acción colectiva pero también –nos dice- al mismo tiempo, constituye un nuevo puento de partida para pensar la acción colectiva; una acción más radical, más democrática, más horizontal”.Punto de partida para continuar recorriendo el camino, gestando prenguntas, ensayando hipotéticas respuestas. Un ensayo parado en la rigurosidad teórica, pero también, en el entusiasmo por lo que las experiencias pueden decir. O no decir. Y que el futuro diga.

martes, 6 de mayo de 2008

Sobre el cine de Raúl Perrone


ESTETICA DE LO POSIBLE


POR: Mariano Pacheco

Busco que la gente crea lo que está viendo… No soy flexible si algo no es creible
(Raúl Perrone).
Durante la segunda quincena de mayo, Raúl Perrone llegará a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Con la proyección de algunos de sus films y conversando con los asistentes el día del cierre de este primer Ciclo de Cine de Ficción, organizado por la Secretaría de Arte y Política (integrada por estudiantes independientes y las agrupaciones Plan B; Colectivo de Izquierda y La Nausea).

Antes que por su nombre, Raul Perrone prefiere que lo llamen “Perro”. Así, como quien dice “Fulano: un tipo macanudo”. Es que para el Perro, su condición de cineasta parece no situarlo en el ilusorio lugar en el que, algunos de sus colegas, suelen ubicarse ya casi como por costumbre. “Un hombre entre los hombres” son las palabras con las que Jean Paul Sartre definió su lugar como escritor. La misma frase podría caberle a Perrone como director y guionista cinematográfico.

Estética de lo posible, así podríamos denominar a la forma que en el Perro entiende al cine. Porque si bien es cierto que muchas veces estamos condicionados por las carencias estructurales, también lo es que nos cuesta salirnos de ese lugar. Para decirlo con sus propias palabras: “El boicot sigue estando en nosotros mismos”. Desde que realizó su primer corto (Bang-Bang), allá por 1990, el Perro mantuvo para con el cine la misma actitud que Roberto Artl tuvo con la literatura (“Por prepotencia de trabajo”) y F.Nietzsche con el pensamiento (“Filosofar con el martillo”).

“Cagarse en el formato”, nos dice: “Si lo que tenés para decir no se sostiene en VHS, tampoco se va a sostener en beta, super 8, en 16 ni en 35 mm”. Tal vez en estas palabras, pronunciadas hace ya diez años, resida el gérmen de su último film: La navidad de Ofelia y Galván, estrenada durante el mes de marzo de 2008 en el Centro Cultural Rojas, en simultáneo con una muestra fotográfica y un Seminario de dos días: Hacer cine con una cámara de fotos. La navidad, que fue filmada con una cámara de fotos digital Sony, convierte a sus suegros de más de ochenta años en personajes cinematográficos. Todo comenzó con algunos encuadres arriba de la mesa, a modo de prueba, con copas oficiando de trípode. Como en La Mecha y Late Corazón, Nicéforo Galván es el protagonista de esta historia situada, como casi todas sus películas, en Ituzaingó.

Luz natural y una producción tan artesanal como la misma imagen. Actores que no son actores (¿o sí?), actuando sobre la cotidianeidad. Austeridad que no implica descuido. Espontaneidad para que fluyan las escenas y, cuando se cree necesario, intervención para que ciertas situaciones ocurran. El Perro, que puede parecer totalmente a-sistemático, sin embargo, no deja que ningún detalle se pierda por descuido. Al hablar, pareciera transmitirnos las experiencias que, sábado tras sábado –desde hace ya varios años- viene gestando desde el taller de cine que lleva adelante en Ituzaingó.

De Ituzaingó, del Gran Buenos Aires, son los jóvenes que nos muestra Perrone en sus films. Pibes sentados en los cordones de las veredas, que conversan, que putean. Situaciones cotidianas ausentes en el cine argentino hasta entonces. Jóvenes que, desde la periferia, sobreviven y resisten, a su manera, la marginalidad a la que fueron expuestos por el modelo neoliberal. Postales de un recorrido por la Argentina del malestar. Testimonio del rock, del barrio, la esquina, los amores y las desventuras; la amistad; las pizzerías y salones de pool; las calles desoladas y las casas bajas, construidas en épocas pretéritas, cuando laburar y levantar un hogar era todavía una posibilidad.

Entre sus películas –que ahora se han editado en DVD- se encuentran La Trilogía, compuesta por Labios de churrasco (1994); Graciaadió (1997) y Cinco p´ al peso (1998); Ocho años después (con Violeta Naon y Gustavo Prone, los mismos actores que Cinco p´ al peso, reunidos para filmar, sin previo encuentro, “en vivo y en directo”). Otros de sus films son Canadá; Nosotros dos; Tarde de Verano; La felicidad –un día de campo-; Chamuyando; Blus; Ángeles, entre otras.

Como vemos Perrone es una máquina de producir. No para. Vale como ejemplo lo que hizo en el Seminario del Rojas: mientras anunciaba para horas más tarde el estreno de su último film, ya proyectaba extractos del próximo (180 grados), que aun no ha terminado de filmar. Tal vez porque se ha tomado muy en serio uno de los lemas de su DECÁLOGO: “El rodaje durará como máximo, 8 días”. O porque más que con guiones, trabaja con anotaciones (el Perro es una especie de cronista de lo que ve por ahí. Lo retiene en su mente, o lo anota en un papel, y luego de procesarlo arísticamente, todo eso va a parar a sus pelis).

Esteban Rodriguez, que denominó esta forma de arte “Estética cruda”, plantea que “lo crudo es lo que no está cocido, pero que no necesita esperar a su versión definitiva para constituirse en una obra acabada”. Insistiendo en esta idea, podríamos decir que lo crudo es un boceto inacabable. Como el cine de Perrone, en donde se mezclan lo nuevo y lo viejo, la bic y el cuaderno con Internet; el riesgo y la improvisación con lo artesanal y lo austero.

En este sentido, valga como ejemplo su sitio web. Allí podemos ver a un chico, subido a un andamio, pintando con una brocha sobre un muro la palabra decálogo. Y la fotografía de un pedazo de página arrancada de un cuaderno. Escrito a mano, con birome (¡tachaduras incluidas, por supuesto!), El manifiesto. Esa es la forma que El Perro encontró para convidarnos “algunos puntos” que suele tener en cunta a la hora de filmar.

Estética de lo posible que, desde hace ya diez años, se viene sosteniendo sobre los mismos presupuestos. “Trabajar con actores y actrices creibles” (el susbrayado es del original), “con músicos de rock y siempre con cuatro o cinco vecinos”. En cuanto a lo creible, es interesante subrayar una anécdota: luego de que La mecha (protagonizada por Galván) llegara al Festival de Friburgo, recibe una carta de felicitaciones para el actor. Esto se debe, seguramente, al movimiento de ficcionalización de lo real que suele realizar Perrone, haciendo que sus films no sean documentales, ya que las escenas propuestas no son tal cual como suceden en la cotidineidad, sino que están expuestas a un proceso estético. En cuanto a los músicos, presentes en sus films, podemos mencionar a Iván Noble (Los caballeros de la quema); Adrian Dargelos (cantante de Babasónicos); Stuka y Piltrafa (guitarrista y cantante de Los violadores); Andres Calamaro; Charly García.

Si bien su recorrido puede parecernos apabullante, las palabras de Perrone no nos trasmiten quietud o desgano, sino que contagian entusismo. No importa tanto contar con los medios “adecuados”, sino tener ideas y ganas de hacer cosas. Como señala en el último punto de su decálogo: “Pase, lo que pase, terminar la película”.


CICLO de CINE

Jueves 15 de mayo: Cinco p´al peso (1998).
Jueves 22 de mayo: 8 años después (2006).
Jueves 29 de mayo: Charla (entrevista abierta) con Raúl Perrone,

Siempre a las 21 hs, GRATIS, en el aula 230 (2° piso de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA-Puan 480- a pocas cuadras de Av. Rivadavia al 6000).

viernes, 18 de abril de 2008

literatura y movimientos sociales

EN TORNO A "ESTADO DE GRACIA",
NOVELA DE GUILLERMO CIEZA

Por: Mariano Pacheco
(Para Prensa De Frente)

La novela de Guillermo Cieza, Estado de gracia -centrada en los acontecimientos ocurridos en la Argentina entre julio de 2001 y julio de 2002- inaugura la colección de Narrativa y poesía de El Colectivo, una editorial que pretende “elaborar nuevos textos desde lo popular, pero de un modo distinto al habitual: partiendo de la acción”. Alguna vez Cieza se definió a sí mismo como “un militante que escribe”. Tal vez por eso, en el último tiempo, participó de la compilación Venezuela, ¿la revolución por otros medios? (Dialektik, 2006). Y publicó sus dos volúmenes de artículos políticos: Borradores sobre la lucha social y la autonomía (2004) y Borradores sobre la lucha popular y la organización (2006), ambos editados por Manuel Suárez. Manuel no sólo fue Editor de Cieza, sino también amigo, y compañero en varios emprendimientos de militancia durante los 80 y los 90. Manuel, como Guillermo, era un militante que escribía, y antes de marcharse –sufrió un paro cardíaco en 2004- nos dejó otra excelente novela, El tiempo y sus mudanzas. Sin bien Estado de gracia inaugura esta colección, es un libro que viene a cerrar un ciclo en la narrativa de Cieza –como lo denominan sus compañeros-. Si con Destiempo (1997), Miguel, Clara y Adriana –sus personajes- nos sumergen en “una historia de los 70”, con Veteranos de guerra (1999), Mario, Haroldo, Alicia, Paula, Anita, Fernando y El Ciego, logran dar cuenta del período 1983/1998. Años en los cuales, como el mismo autor ha señalado en su “nota” final del libro, esa generación de militantes tuvo que cabalgar, en un breve período de tiempo, entre dos corrientes de signos opuestos. “Vivir un mundo donde todo se podía cambiar y otro donde parece que no se puede cambiar nada”. Ambas novelas fueron publicadas por Ediciones Retruco, una editorial-revista-agrupación en la Cieza participó durante los 90. También en la “nota” de “Veteranos”, Guillermo aclara que el libro cierra con la palabra FIN. “Pero no es el fin, es apenas el final de la novela. De un relato de una época que alguna vez repasaremos como una anécdota feroz en el devenir hacia un planeta mas habitable y solidario”. Seguramente por su gran optimismo, fue capaz de no bajar los brazos y, una década más tarde, convidarnos con las historias del escribano José María Martínez Echenique y sus amigos Victor, Felipe y Manolo; de Jorge y su hermana Blanca, de tantos hombres y mujeres de nuestro pueblo que, en estos años, han desarrollado esas experiencias que pujan por otra forma de entender el mundo y habitarlo. Citemos, antes de terminar, un fragmento del texto; una conversación entre dos de los personajes: Dorita y Blanca, mujeres de las barriadas de Berisso, integrantes de un Movimiento de Trabajadores Desocupados. Su charla podría haber sido la de cualquiera de las mujeres que, ya sea en el barrio o en la ruta, libraron esas imperceptibles batallas cotidianas que, poco a poco, fueron transformando sus vidas. Leamos, entonces: “Por Dorita, Blanca se enteró de que Juan juntaba los papeles, pero que él no daba los planes. Los daba el gobierno, o mejor dicho había que sacárselos. Acá es al pedo que forrees con nadie, el plan te lo ganás vos-le aseguró Dorita. Pero no me vas a decir que Juan…- insistió Blanca. Mirá piba, te explico clarito. ¿Vos querés encamarte con Juan? Date el gusto. Pero después el te va a decir: Estuvo muy lindo pero si vos entrás o no, lo decide la asamblea. Viste que en la bandera dice Trabajo, Dignidad, Cambio Social… Bueno, Dignidad es eso, acá no es como con los punteros políticos. Acá no tenes que chuparle la verga a nadie para conseguirte un plan. Tenes que laburar y cumplir con lo que acordamos entre todos” Quizás como en ningún ensayo “sociológico” o “antopológico”, como en ninguna de las tantas “investigación periodística” sobre el “fenómeno piquetero” que proliferaron en estos últimos años, esta ficción relata muchas verdades. Tal vez tenga razón el padre de Steve – uno de los personajes de Ricardo Piglia en su libro Prisión perpetua- y narrar sea como jugar al póquer: “todo el secreto consiste en fingir que se miente cuando se está diciendo la verdad”. Cieza es un tipo que ha sabido experimentar esta forma de narrar.

jueves, 14 de febrero de 2008

Prologo al libro de Leandro Albani


Nota en el barro

POR: Mariano Pacheco


En el barro es el segundo libro de cuentos de Leandro Albani. El anterior, Mapas nocturnos, fue publicado en el invierno de 2004. Tuvieron que pasar casi cuatro años para que “Lean” –como le decimos quienes compartimos periplos con él- nos convidara nuevamente con sus narraciones. Quienes lean estos relatos y no lo conozcan podrán, al menos un poco, acercarse al hombre –al “muchacho”, podríamos decir, ya que Albani no ha llegado aun a los treinta años- que hay detrás de todo autor.
Su ir y venir a su Pergamino natal. Su pasión por los viajes y el conocimiento de nuevos lugares. Sus amores y desamores –¿importa si son reales o imaginarios?-. Su compromiso con el oficio que eligió (si no lo saben, les cuento: estudió Periodismo de Investigación y dio clases en la Universidad de la Asociación Madres de Plaza de Mayo; trabajó en su periódico y su radio: en el informativo y como conductor de un programa de literatura).
También pueden verse en las líneas de este libro su preocupación por la realidad histórica que lo atraviesa. Aunque no de manera burda, al mejor estilo del peor realismo. No: Albani nos mete en la “realidad real” haciéndonos creer que habla de una cosa, cuando en realidad está hablando de otra. Más allá de sus declaraciones (“la literatura es, quizás, una herramienta a tener en cuenta para el aporte hacia la liberación”, sostiene en su “nota” final), lo que en estos relatos podemos encontrar es un sendero que nos lleva de la realidad real a la ficcional, y viceversa.
No faltan tampoco, en estos cuentos, un recorrido por la extremadamente dura y tierna vida de algún viejo boxeador. No importa el nombre, por supuesto. Podría ser cualquiera de nuestros grandes íconos nacionales. Pongamos por caso el “Mono” Gatica. Tal vez haya sido azaroso, no lo sé. Pero el relato del boxeador es anterior a uno titulado “El viejo” (¿será una metáfora, un guiño al film de Leonardo Favio, en donde Gatica se saluda con Perón, y el primero le dice al segundo: “Dos potencias se saludan”?).
Finalmente, porque tal vez no podía ser de otra manera viniendo de quien viene, la presencia de esas 30.000 ausencias. Seguramente no sea casualidad que esta colección de la Editorial El Colectivo, en la que sale publicado En el barro, se iniciara con la novela Estado de Gracia. Su autor, Guillermo Cieza, es un reconocido militante de la década del 70, que no puede aceptar la idea de transformarse en un “veterano de guerra”. Porque sabe que colgar sus sueños en un perchero equivale a resignarse, a soportar un hediondo olor a naftalina que sólo puede provocarnos nauseas. Y Cieza es un tipo al que los jóvenes no lo ven como a un abuelo, un jubilado. Por eso le dicen “tío”.
“Si nosotros no nos divertimos nos van a ganar siempre”, dice Marcelo, uno de los personajes “setentistas” que Leandro Albani construye en uno de sus cuentos. Comprendo su sensibilidad. Me identifico. Tal vez porque pertenecemos a la misma generación: esa que carga sobre sus espaldas con la derrota de las generaciones que la precedieron, pero que al mismo tiempo intuye que las cosas pueden llegar a ser de otro modo. ¡Porque alguna vez fueron de otra manera, que duda cabe! Con cadáveres apilados unos sobre otros, es cierto, pero también con sonrisas contagiosas, entusiastas. Decía que comprendo su sensibilidad. Y recuerdo, en este momento, con qué atención leí un párrafo que Albani había marcado en un libro que me prestó. Se trata de la novela El pibe, de Guillermo Saccomanno. Y dice así: “Aunque rajemos ante la superioridad del enemigo, nunca nos sentimos derrotados. Nos acordamos de una trompada, un piedrazo, un enemigo caído. Y al revivir los momentos heroicos de la lucha, nos vamos convencidos de que, en verdad, no fuimos vencidos”.