miércoles, 19 de septiembre de 2007

Literatura, pasión e historia

Libros: La astucia de la razón
de José Pablo Feinmann

"Es lo particular lo que se halla empeñado en la lucha y lo que, en parte, queda destruido. No es la idea general lo que se entrega a la lucha y se expone al peligro; ella se mantiene en la retaguardia; puesta a salvo e incólume. Debe llamarse astucia de la razón al hecho de que ella haga actuar en lugar suyo a las pasiones (...) La idea paga el tributo de la existencia y de la caducidad no por sí misma, sino mediante las pasiones de los sujetos". F.Hegel




Uno-
Con este epígrafe José Pablo Feinmann da inicio a su novela La astucia de la Razón, originalmente editada por Norma en el año 2001 y reeditada esta semana por el diario Página/12. Es el año 1979 y el país está asolado por una dictadura militar. La más feroz de toda su historia. Pablo Epstein conversa con Norman Backauss, su analista. Es un relato retrospectivo. Así llega al año 1975; año en el que es operado del testículo derecho (El día D es el doce; el mes, noviembre).
Con esta escena comienza el libro, que contiene un relato en dos tiempos. En unos capítulos, el protagonista se encuentra en una sesión de psicoanálisis. En otros revive un momento muy particular de su vida: también en noviembre, pero una década antes (es decir, en 1965, cuando tenía 23 años).
Se encuentra entonces con Hugo Hernández, Ismael Navarro y Pedro Bernstein, tres compañeros que junto a él, estudian filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Están en Punta Mogotes, debatiendo sobre el sentido final de la filosofía.
Es importante tener en cuenta dos cuestiones referidas a la infancia de Pablo. Una: su padre (un judío convertido al catolicismo, de profesión urólogo) le dice: “yo no me voy a morir”. Dos: el día en que ve el falo grande de Sergio, su hermano mayor. Episodio que define su inclinación por la filosofía. Esto sucede cuando tenía 9 años y se encuentra de vacaciones familiares en San Clemente del Tuyú.
“Y usted que le dijo” le pregunta Norman Backauss a Pablo Epstein. Con esa expresión empieza y termina el primer capítulo. El tercero, comienza y finaliza con una afirmación del analista: "Su padre lo condenó a asesinarlo". La clave de esta parte de la historia es que la frase completa que Pablo escuchó de su Padre no fue “yo no me voy a morir. Sino: "Mientras vos no crezcas, yo no me voy a morir”.

Dos-
La otra arista de la historia tiene que ver con un personaje demorado y de su palabra demorada. El personaje es Hugo Hernández. La palabra es en realidad una frase, pronunciada por éste en aquél asado y utilizada para sintetizar sentido final de la filosofía, según él entiende. La proposición, en realidad, no es de Hugo, sino de quien éste se encontrara en Córdoba, el 4 de diciembre de 1964. Es decir, un año antes de aquel encuentro frente al mar.
“El peronismo es el hecho maldito del país burgues”, le escuchó decir Hugo Hernández al "gordo" John William Cooke, en un asado de laburantes en la casa de René Salamanca, dirigente de los mecánicos y referente del clasismo.
No está de más comentar que el libro tiene el recorrido narrativo del protagonista, es decir, cuanto más avanza la historia, más esquizofrénico se vuelve el relato, ya que la conciencia, por parte del protagonista, de la desintegración de su conciencia, le provoca una neurosis que impone al narrador una compulsión discursiva, reiterativa, a tal punto que logra inquietar al lector. Tanto, que una misma frase, será repetida durante dos o tres páginas seguidas. Sin puntos. Sin comas.
Será a través del diálogo con sus compañeros que Pablo Epstein revise toda la filosofía de la historia: de Hegel a Jean Paul Sartre; de Karl Marx a los teóricos del nacionalismo revolucionario del tercer mundo. Así descubrirá que se ha resquebrajado todo supuesto metafísico y sustento inmodificable o absoluto que pueda ordenar la totalidad de la realidad, y dar sentido a la experiencia, al dolor y a la arbitrariedad.

Tres-
Al final del libro toda esta historia cobra, de alguna manera, un sentido. El relato es circular. Amanece, las brazas del asado filosófico se apagan. Hugo Hernández sentencia: “La hora de la crítica de las armas no está lejos en la Argentina” (La crítica de las armas es el título que elegirá el autor para ponerle al libro que continúa y cierra definitivamente esta historia).
Por otra parte, Norman Backauss sentencia: “Por hoy terminamos”. Es el momento en que Pablo Epstein comienza a contar, por fin, sus fantasías suicidas. Las tiene desde que se juntó con su amigo Pedro, en julio de 1976, y éste le contó dos cosas que lograron perturbar su ya perturbada conciencia.
Una de esas noticias es la del suicidio del tío de Pedro. Hombre que les había prestado el lugar donde realizaron el asado filosófico. La otra, los campos de concentración que, se sabía, había en la Provincia de Córdoba (y, se sospechaba, estaban por toda la Argentina). El horror se apodera de Pablo (éste será el eje del relato del segundo libro).
Una cosa de aquél suicidio llama la atención de Pablo. Pedro le cuenta que encontraron a su tío Ernesto, en su vivienda de la Patagonia, con un revolver en la mano. La cabeza ensangrentada apoyada sobre un libro: Final de juego, de Julio Cortázar, abierto en la página del cuento No se culpe a nadie. Ernesto había subrayado sólo dos cosas: el título; y la primera frase: "el frío complica siempre las cosas". “Por hoy terminamos”, dice Norman Backauss. El relato retrocede nuevamente al año 1975. Al mes de septiembre, cuando Pablo está por ser operado. Cuenta que entonces eligió a su hermano para que lo acompañara. No a su padre, que tenía 83 años (y no se había muerto; con lo cual, Pablo se sentía aun un niño). Tenía miedo de que su padre le dijera: "con un testículo tu potencia sexual disminuye". Y si escuchaba algo así no iba a poder cojer más en su vida, según le cuenta al analista.
"Por hoy terminamos”, dice Norman Backauss. El relato llega, por fin, al 12 de noviembre de 1975, momento de la intervención quirúrgica. Pablo repasa todo ese día, detalladamente, hasta que entra en la sala de operaciones y recibe la anestesia. Tras perder la noción del tiempo y semidormido, escucha una voz: "todo salió bien". Él pregunta: "¿Y el testículo?". El médico contesta: "Hubo que sacarlo, desde luego". Pablo Epstein había cruzado las puertas del infierno.
"Por hoy terminamos”, dice Norman Backauss.

Este artículo fue elaborado originalmente para la columna radial del programa "El Fuego y La Palabra" que se emite los viernes de 20 a 21 horas por AM 530, La Voz de las Madres. Versión ampliada y corregida por el autor para ésta edición.