miércoles, 12 de diciembre de 2007

Autonomía y autogestión




Un recorrido por los Movimientos de Trabajadores Desocupados


(Texto presentado en el coloquio internacional sobre el trabajo, organizado por la Revista Herramienta. Realizado en Buenos Aires, Argentina, en noviembre de 2007).




POR: Mariano Pacheco



Cuando se habla de autogestión, se debe considerar a esta como un proceso en construcción, no como un hecho, sino como algo que se hace día a día, como una conquista”.



La propuesta de autogestión tiene dos conceptos: El primero es el de superar la diferenciación entre los que deciden y los que cumplen ordenes sin saber nada. El segundo es que el poder de las decisiones está en los que trabajan, lograr autonomía. Autonomía significa superar las interferencias externas en las decisiones de los que trabajan”.




Movimiento Sin Tierra, en: Casrtilla del MST sobre las cooperativas.




I-


Comencemos situando nuestro planteo: hablamos desde América Latina; desde Argentina, desde las experiencias urbanas gestadas en la última década. En particular, de la desarrollada por el Frente Popular Darío Santillán (FPDS), desde su fundación en 2004 a hoy. Y que tiene sus antecedentes más inmediatos en los movimientos sociales que lo configuraron. Movimientos que parten, a su vez, de esa tensión generada entre la continuidad de ciertas tendencias históricas y la innovación propia de quienes nos proponemos gestar prácticas novedosas.


2-


Si quienes nos identificamos en lo que actualmente se denomina "La nueva izquierda autónoma", hemos construido algún tipo de certeza en esta última década, ésta tiene que ver más que nada con la afirmación de una negación. Podríamos decir, con F.Nietzsche, que, "en efecto, el camino, no existe" (Nietzsche, 2003, 192). Es decir, los presupuestos que guían nuestras prácticas, más que la línea, son un sendero que se bifurca. Un conjunto de hipótesis. Sólo eso.


Otra certeza construida, mas de tipo propositiva, podría resumirse así: "lo que no construyamos hoy, aquí y ahora, desde abajo, no lo construiremos mañana desde arriba". Con el abajo nos referimos a lo que históricamente se entendió en las organizaciones populares como el trabajo de base. Un priorizar las relaciones humanas allí en donde los hombres y las mujeres se vinculan diariamente.


La capacidad de ampliar prácticas prefigurativas - aquellas que adelante a pequeña escala la sociedad que anhelamos- a conjuntos cada vez más amplios, continúa siendo una apuesta. A la cual, queda claro, no podemos renunciar. O sólo a costa de que nuestras prácticas culminen absorbidas por el sistema.


Estos elementos prefigurativos, y todo lo que vayamos gestando de aquí en más, ampliado al conjunto social, es lo que denominamos el ad-venir del socialismo. Es decir, una sociedad que no es "planificada" racionalmente desde hoy por una minoría ilustrada, que posee alguna ciencia determinada, sino que será la capacidad de ampliar cada vez más las políticas que posibiliten que la participación popular se exprese en toda su plenitud.



3-


¿Que tiene que ver todo esto con la cuestión del trabajo? Sencillamente, que las experiencias de autogestión del trabajo de las que vamos a dar cuenta, cobran su real significación en el contexto en el que se desarrollaron: la intervención de las organizaciones populares en las luchas más importantes de los últimos años. Tanto la ocupación de los lugares de trabajo y su puesta en funcionamiento bajo "control obrero" (cuyos casos paradigmáticos fueron seguramente la textil porteña Bruckan y la ceramista de Neuquén Zanón, actualmente Fábrica sin patrón -FASINPAT-), como los micro-emprendimientos productivos desarrollados en las barriadas populares por los trabajadores desocupados, no fueron desarrollados en el vacío, de forma aislada. Sino que se gestaron al mismo tiempo que se enfrentaba, a través de la acción directa, a las políticas anti-populares de los gobiernos de turno.

4-


Decía al principio que hablaba desde la particularidad del FPDS: una organización social y política surgida en los últimos años e integrada, fundamentalmente, por trabajadores asalariados y desocupados; por sectores universitarios y de la cultura. Me centraré ahora, en una de las experiencias que dieron origen al FPDS: la de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD).


Condenados a la peor de las carencias, los marginados de las grandes urbes, los excluidos, los periféricos gestaron, a pesar de todas las adversidades, prácticas de lo más novedosas. A diferencia de las décadas anteriores, fueron los desocupados los que protagonizaron piquetes. No ya para impedir que se trabaje, sino para intentar hacerlo. No ya donde las mercancías se producen, sino donde circulan. No ya con el "jefe" de familia a la cabeza y el resto de la familia como retaguardia, sino con la familia entera como protagonista, participando activamente, y con las mujeres a la vanguardia.


A partir de vivencias tan intensas, como la participación en puebladas o piquetes que duraban días y, a veces, semanas, los trabajadores desocupados comprendimos que la lucha no implicaba sólo la acción directa, sino también la pelea ardua, cotidiana, que continuaba al regreso, en ese tránsito de la ruta al barrio. Si en la ruta no había jefes. Si ciertas funciones de representación (ante los medios de comunicación, las autoridades policiales y gubernamentales) no eran eternas, ni un privilegio, sino surgidas de un mandato de asamblea regido por la igualdad de todos sus integrantes. Si estas tareas eran rotativas y por un plazo determinado ¿por qué las cosas deberían ser de otra manera en las actividades, en el trabajo diario?


Cabe aquí hacer una aclaración y, por qué no, una reivindicación de la relación (siempre tensa e inestable, cambiante) de los movimientos sociales con el Estado. Una relación que fue más bien práctica que teórica.


Partiendo de necesidades tan elementales como la carencia de comida, la falta de mínimas condiciones para garantizar la subsistencia, los MTD, mayoritariamente, tomaron los planes de empleo, y en general, todo tipo de ayuda social-estatal. En un contexto de retroceso y profundas derrotas del movimiento obrero; de avance feroz del neoliberalismo, el Estado respondió ante el reclamo por trabajo, surgido de intensas luchas sociales, con una política de ayuda focalizada, miserable. Sin embargo, los piqueteros, vivenciamos eso como un elemento a resignificar. Si el Estado buscó con esos planes frenar, contener el conflicto social, los movimientos tuvieron la capacidad de multiplicarlos. Y las enseñanzas de la ruta fueron muchas.


Si bien en términos económicos, materiales, las conquistas fueron mínimas (aunque nada despreciables, teniendo en cuenta la situación de la que se partía), la lucha dejaba lazos solidarios constituidos. Las conciencias se transmutaban; la acción colectiva se revalorizaba: la acción política, nuevamente, realizada a través de los cuerpos y no de los discursos o la virtualidad de los medios de comunicación.


Los planes sociales fueron claramente un elemento de disputa. Lo que en manos del Estado era convertido en “cajas” para fortalecer sus estructuras clientelares y la cultura asistencialista, en manos de los movimientos más genuinos, posibilitó desarrollar proyectos populares regidos con otras lógicas políticas. Conformando Asociaciones Civiles que se presentaran ante las autoridades como organismos responsables, legales, los movimientos conquistaron que los planes de empleo, por ejemplo, contengan una contraprestación comunitaria de los beneficiarios. El Estado puso parte de la plata, sí, pero quien se hizo cargo de los proyectos de trabajo (sean comunitarios o productivos) fueron los propios movimientos. Claro que con mucho esfuerzo, y partiendo de la carencia casi absoluta. Y también de la ineficiencia o las trabas puestas por las estructuras de poder.


Fue el comienzo, luego de muchos años, de un desarrollo en la organización de base por parte de un sector importante de los trabajadores. En este caso, el más golpeado por las políticas neoliberales. De ahí la paradoja: un sujeto que se recompone desde el lugar de no-sujeto. Desde el no lugar social. La no identidad. Desde la condena a no ser o ser inclasificable. De ahí que muchos denominaran a este sector, en su momento, como el de los nuevos “desaparecidos sociales”.


A través de esos proyectos, decía, se lograron llevar adelante emprendimientos de pequeña escala, pero que recuperaron la autoestima y pusieron en funcionamiento una dinámica democrática, masiva y autónoma de participación popular. Desarrollada por fuera de las estructuras tradicionales: sindicatos, iglesia, partidos (aun los de izquierda). Tal vez la excepción sea el “bloque matancero”, cuyo eje fue la Federación de Tierra y Vivienda- Corriente Clasista Combativa (FTV-CCC), lideradas por Luis D´elía y Alderete. La primera organizada al interior de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). La segunda, impulsada por el Partido Comunista Revolucionario (PCR).


Regresando a los proyectos de autogestión, un par de cuestiones por remarcar. Algunas de ellas centrales: las formas de estructurar cierto tipo de relaciones sociales (al interior de cada grupo pero también con los consumidores); el cómo distribuir el trabajo y la ganancia de forma equitativa; cómo gestionar de manera transparente, participativa, libre y compartida las cuestiones comunes; y un largo etcétera, todo, fue quedando en manos del movimiento social. Todos estos proyectos se desarrollaron en las barriadas: el territorio, comenzaba a delinearse como nuevo escenario, tanto de conflicto como de organización. De ahí que la disputa con el “pejotismo” (el parato del Partido Justicialista) no se diera sólo en términos geográficos, sino y por sobre todo, como una disputa simbólica y material en torno a las maneras de estructurar la vida social.


Lo interesante a rescatar es que, quienes llevaban adelante estas iniciativas de autogestión, continuaban siendo parte de una organización de masas, que luchaba por mejoras sociales, sí, pero también por construir un tipo de sociedad radicalmente distinta a la vigente.


Tal vez debamos ver allí, en los talleres de capacitación de oficios; en los micro-emprendimientos productivos, en las actividades comunitarias desarrolladas en las casas de vecinos que prestaban un espacio, los gérmenes de los futuros centros comunitarios, donde grupos de trabajo autogestivo y cooperativas de oficios emprenden sus tareas en la actualidad.


5-


Si de lo que se trata es de ver que es lo hacemos con lo que han hecho de nosotros, podemos pasar revista de las respuestas, de las iniciativas que actualmente continúan desarrollando quienes, a pesar de la reactivación del mercado laboral en los últimos años, no entran -y difícilmente lo hagan- en el mundo tradicional del trabajo. Me refiero al sector de jóvenes marginados, de ancianos, de mujeres pobres a cargo de numerosos hijos, que continúan formando parte de los MTD.


Estas familias –también integradas por changarines, trabajadores flexibilizados con pocas posibilidades de acceder a niveles de “formalidad”- con problemas de vivienda y falta de servicios básicos; sin cobertura social; con dificultades de acceso al ya de por sí deteriorado sistema de salud y educación, son quienes continúan organizados en las barriadas. Intentando consolidar núcleos locales de poder popular. Luchando contra la concepción instalada en el sentido común, los grupos de trabajo autogestivo y las cooperativas promueven la autoorganización.


Sin patrón, ni jefe de personal que ordene qué hacer; intentando revertir las posturas individualistas, escépticas, basadas en la “ley del menor esfuerzo”, que muchas veces prima como lo normal, estas experiencias intentan abrirse paso a partir de la decisión colectiva tomada en asambleas; la socialización de los conocimientos; la autoformación política; la reconstrucción de valores y una cultura propia de los trabajadores, en fin, haciendo de la pedagogía del ejemplo un que-hacer cotidiano.


Tengamos en cuenta que, a diferencia de la organización gremial, estas proyectos no sólo defienden intereses propios frente a organismos patronales (en los casos en los que el Estado compra sus productos o subsidia maquinaria, infraestructura, movilidad), sino que además, tienen sobre sus espaldas la responsabilidad de sacar el trabajo adelante, sin “chantas” que lucren del esfuerzo de sus pares, pero también sin mandos jerárquicos que “vigilen”. Por eso estas experiencias se parecen más a las de las fábricas recuperadas que a las de los sindicatos o gremios combativos. Aunque a diferencia de las “recuperadas”, las cooperativas y grupos autogestivos parten de niveles de precariedad muy fuertes: no hay una infraestructura, con maquinarias y trabajadores experimentados en los oficios que se quedan sin patrón. Se parte sin ellos -lo que puede ser una ventaja- pero también sin la base material y la experiencia que poseen sus trabajadores. Una década de neoliberalismo ha carcomido, en gran parte, muchos de los saberes de los trabajadores retransmitidos de generación en generación.



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Detengámonos un poco en estas experiencias. Veamos sus aportes. Si bien son el fragmento de un fragmento (sólo un sector de los trabajadores, organizados en una de las experiencias político-sociales existentes), poseen una riqueza inmensa, debido al carácter prefigurativo que mencionábamos.


Algunas de estas iniciativas son la Cooperativa de Oficios en Ciudad de Buenos Aires; la Bloquera (fábrica de bloques de cemento para la construcción) y el Taller de serigrafía en el predio Roca negra, en Lanús; la Cooperativa de electricidad en la zona de Quilmes-Almirante Brown; la Cooperativa de construcción de viviendas en la provincia de Tucumán; los talleres textiles en varios distritos de la zona sur del Gran Buenos Aires y la periferia del Gran La Plata; La pizzería que funciona en el Centro social y Comunitario Olga Vázquez, en la ciudad de La Plata; el Grupo-editorial El Colectivo. La Cooperativa de Trabajadores Rurales en el Partido Bonaerense de Vicente López. Sin dejar de mencionar los Proyectos Jóvenes, que en base a subsidios estatales, llevan adelante talleres de cultura de la propia organización (música, plástica, teatro) y de formación de oficios (gestando las primeras herramientas en electricidad, carpintería, herrería).


Estos intentos de producción autogestiva se complementan con el desarrollo de Redes de Comercio Justo, como las que se desarrollan en la actualidad en Buenos Aires y La Plata.


Cabe aclarar que, al igual que cuando los MTD formaron Asociaciones Civiles para poder garantizar la autogestión de la ayuda estatal (planes de empleo; subsidios para comedores y merenderos), la conformación de Cooperativas de Trabajo no altera la dinámica de participación popular autogestiva, basada en asambleas y talleres de formación, y los criterios igualitarios que ya mencionamos. Tal vez sea una indicación puntillosa, pero quienes conocen las experiencias de Cooperativas punteriles (aquellas que responden al aparato del Partido Justicialista), que en realidad son pantallas para extraer dinero y desviarlo; o las Cooperativas empresariales; aquellas que bajo ese nombre contratan trabajadores que se ven sometidos a peores condiciones que en cualquier otra empresa, pero que implican el beneficio para los empresarios, de quedar exentos de impuestos. En fin, para no dar lugar a dudas, cabe aclarar que el nombre, la forma jurídica, no es más que un aspecto legal. En todo caso puede dar una cobertura mayor a la legitimidad de los procesos de autoorganización de los trabajadores.


En el caso del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra del Brasil (MST), a quien, desde estos pagos, se ha observado atentamente en todos estos años (y con quienes se han compartido experiencias comunes en algunos cursos de formación y visitas a sus asentamientos), definen a las a las cooperativas como “...una asociación autónoma de personas que se unen voluntariamente para satisfacer aspiraciones y necesidades económicas, sociales y culturales comunes...”(MST, s/d). Lo que distingue a sus cooperativas de otros organismos sociales es el carácter colectivo de la propiedad y que se rigen por principios democráticos, de adhesión libre, voluntaria y responsable de sus integrantes. Tal como se decía anteriormente, estas experiencias son espacios de convivencia, de aprendizaje mutuo.


La importancia subjetiva de la que hablamos a lo largo de estas líneas vuelve a mostrar su fuerte impronta. Los valores con los que se construyen las relaciones sociales en la cotidianeidad no son una cuestión menor. La solidaridad, el compañerismo, la preocupación por el otro (sea alguien que integra el grupo de trabajo, un miembro de la familia, vecinos o amigos de la zona en donde se encuentra la cooperativa) hacen a una ética de lo común, de lo comunitario.


“La práctica de la cooperación es, para el MST, un gran instrumento pedagógico para la construcción del ser social”, dicen los brasileros en la cartilla citada.


Al igual que el MST, las prácticas de autogestión del trabajo desarrolladas por los colectivos y movimientos que integran el FPDS, sostienen que su desarrollo no puede estar desvinculado del proyecto estratégico de cambio social. Los elementos de socialismo práctico desplegados en la cotidianeidad, en pequeña escala, aspiran, como ya remarcamos, a extenderse socialmente. Y para ello es necesario participar de la lucha política. Buscando formas de intervención en las coyunturas, aspirando a cambiar las relaciones de fuerzas, pero también encontrando las maneras de organizar una presión colectiva tal, que posibilite un mayor apoyo a estas prácticas.


7-


Cabe aclarar que la reivindicación de estas experiencias desarrolladas por los movimientos territoriales (los piqueteros), no excluye la emprendida por el resto de la clase trabajadora. Por el contrario, estamos convencidos de que, en la medida en que no se articulen las apuestas de los trabajadores desocupados con la de los flexibilizados y los formales, todas estarán permanentemente amenazadas. El paso de la marginalidad a un trabajo precario, y de este a uno formal, y viceversa, son bastante frecuentes. Sobre todo en el primer caso.


Tal como sostiene Ricardo Antunes en su tercera tesis, sostenemos que “viviendo en una sociedad que produce mercancías, valores de cambio, las revueltas del trabajo tienen su estatuto de centralidad” (Antunes, v/d). Confiamos aun en la potencialidad anticapitalista, en las posibilidades de emancipación humana viabilizadas a partir de las luchas desarrolladas por la “clase-que-vive-del-trabajo”.


Sabemos, sí, que cada fragmento de la clase trabajadora en la actualidad, contienen un lógica distinta. Y de ahí en gran parte las dificultades. Sin embargo, si bien articular no puede implicarnos homogeneizar prácticas, lógicas cotidianas que son por sí diversas, tampoco esa multiplicidad tiene porqué, necesariamente, que proyectarse sólo hacia sí misma, de manera cerrada, haciendo de la fragmentación una situación inmutable, insuperable. Naturalizar la fragmentación, o peor aun, reivindicarla como virtud, puede conducir a perpetuar la situación actual, planeándola como insuperable.


Claro que la centralidad de la que hablamos, nada tiene que ver con la entendida antaño. Es decir, la centralidad (casi excluyente) de los proletarios industriales, mayoritariamente concentrados en determinadas zonas urbanas. En el FPDS concebimos al sujeto trasformador como un sujeto plural. Hablamos de una construcción multisectorial e intentamos dar cuenta de las transformaciones que en el mundo y en nuestro país, se desarrollaron en las últimas décadas. De hecho, sucede que en la actualidad, muchos artistas y estudiantes, por ejemplo (sobre todo estos últimos) son también trabajadores. Sucede, por otra parte, que luchas que años atrás se libraban desde organizaciones específicas, hoy son cuestiones asumidas al interior de los movimientos y colectivos de clase. La pelea por la defensa de los recursos naturales, por la igualdad de género y el respeto por la diversidad sexual, son ejemplos paradigmáticos.


Una digresión. Sólo un paréntesis. No es el tema que se pretende desarrollar aquí. De ahí que sólo se haga una mención. Sin embargo, me pareció que no se podía dejar de comentar, brevemente, que en los últimos años los trabajadores asalariados en Argentina, mostraron, nuevamente, una importante capacidad de lucha. Junto con ellas aparecieron, por supuesto, las tradicionales burocracias sindicales (devenidas camarillas empresariales) y las lógicas ortodoxas de la izquierda tradicional. Pero también nuevas camadas de trabajadores que profundizan la búsqueda de algo nuevo, distinto a lo que ya se conoce como la "política sindical". Parte de esa búsqueda llevó a que los trabajadores asalariados del FPDS conformaran La Fragua, una publicación que actualmente nucléa activistas de distintas zonas del país.


La experiencia de los subterráneos en la ciudad de Buenos Aires; de los docentes en la patagonia, fueron las que mayor repercusión mediática alcanzaron. Pero no son los únicos. Existen otras, que forman parte de este proceso de recomposición que los trabajadores, lentamente, vienen desarrollando. Y Sospechamos, además, que otras tantas pueden estar, ahora mismo, gestándose en otros sitios.


En los casos en los cuales las organizaciones populares no se han integrado al Estado, al proyecto presidencial actual, ni se han visto reducidas a la categoría de "voz moral" (aquellos movimientos que, más que construir autonomía y poder desde abajo, se dedican a proclamarla y juzgar lo desprolijo de las construcciones ajenas), han tenido que sortear varios obstáculos: entre ellos, superar el carácter netamente sectorial y reivindicativo de sus dinámicas políticas.


El paso -o el salto abismal en muchos casos- que los movimientos sociales tuvieron que dar para sobrevivir en coyunturas de repliegue de las dinámicas de participación popular y recomposición de la institucionalidad basada en la lógica de la representación, fue realmente muy grande. El desafío de articular lo corporativo con lo popular y dar un salto mas nítido a lo político implicó, forzosamente, un cambio en la agenda propia que como movimiento social se tenía.


El desarrollo y consolidación de la autogestión del trabajo al interior de los movimientos; el cambio en la coyuntura del país (de la desocupación estructural al precarización estructural); las consecuencias de las políticas neoliberales (tengamos en cuenta que asistimos a una generación que, en el caso de conseguir un trabajo, no ha sido formada en ningún tipo de oficio y que, en muchos casos, no ha visto a sus padres y familiares trabajar); estos aspectos centrales y seguramente otros más, implicaron para los movimientos una apuesta muy fuerte por la transfiguración de sí mismos. El cambio de las consignas evidencia este proceso. Si antes se hablaba de trabajo-dignidad-cambio social; de democracia directa y horizontalidad, en la actualidad se habla de autonomía y construcción de poder popular; del socialismo (del siglo XXI) como horizonte y práctica actual a desarrollar.


Los desafíos, por supuesto, son intensos. Si en sus comienzos los movimientos desplegaron políticas para resolver las problemáticas de un sector social mas o menos estable (la desocupación se mostraba como estructural y difícilmente modificable) y dar los primeros pasos por constituir un tipo de subjetividad alternativa, que declamara la necesidad de un cambio social, ahora, para continuar desarrollándose tienen, necesariamente, que consolidar una visión política y un proyecto más amplio que los exceda. Pero por sobre todas las cosas, ya no se puede declamar la pertenencia de los desocupados a la clase trabajadora. Se necesita, además, desplegar políticas que lo efectivicen. Porque como decíamos líneas arriba, lo estructural de la desocupación disminuyó.


Si bien para un sector de los trabajadores su situación no se modifica en lo esencial (de ahí la urgencia por desarrollar con un relativo éxito económico los trabajos autogestivos), por otro lado, aquellos que antaño se encontraban desocupados, hoy están relativamente ocupados, e ingresan al mercado sin un oficio, sin una tradición "sindical" que lo respalde (en el sentido de experiencia, memoria acerca de los "derechos" conquistados históricamente por la lucha de los trabajadores).


A su vez, los trabajadores formales continúan con esa presión empresarial sobre sus condiciones del que-hacer diario. Si antes la amenaza era quedar despedido y el latiguillo "hay 4.000 afuera", ahora la tensión tiene más cercanía: "hay muchos esperando para entrar”. “Por el mismo dinero que vos, están dispuestos a realizar los mismo, y trabajando más horas".


Como se pudo observar, en estas líneas se desarrolló una visión más política que económica o filosófica sobre la cuestión del trabajo. Los desafíos para quienes pretendemos llevar adelante un proyecto que emancipe al trabajo frente al capital, son aun muchos y complejos. Eso sí, no partimos de cero. Sin embargo, no podemos descansar en la supuesta tranquilidad de que, ya en el pasado, otros han pasado por situaciones similares y discutido las mismas cuestiones. Los contextos siempre son diferentes. Y si entendemos a la política como una invención, una apuesta, deberemos poner todo de nosotros y asumir nuestra práctica cotidiana como una repetición creativa. Es decir, asumir los viejos debates en los nuevos contextos.


Entablar un diálogo con las generaciones que nos precedieron, así como una discusión. Hacer del legado una nueva apuesta y no imposición del pasado como autoridad. Rescatamos el carácter conflictivo de la relación entablada con las generaciones del pasado, tal como ha propuesto Eduardo Rinesi. “Es sólo en la polémica con ellos que se va definiendo la originalidad del propio pensamiento” (Rinesi, 2003, p.151). Porque no podemos permitirnos, como legatarios, tener una actitud pasiva. Por el contrario, los grandes clásicos (sean éstos teóricos o experiencias) deben implicarnos, ser inspiración, en tanto mensaje que necesita de nuestra decisión de relectura y selección. De nuestro recorte crítico a la adhesión. De nuestro no estar enteramente de acuerdo con lo que leemos de los textos y las prácticas que nos antecedieron.


Caminar, entonces, como equilibristas, por el fino sendero de la dupla tradición-innovación. Asumiendo que -tal como una vez me dijo un amigo- la verdad puede ser un teorema. Pero por sobre todo -y con esta última opción nos identificamos- la verdad puede ser, tranquilamente, un poema.




Bibliografía citada

Libros:

- Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Trad. de Carlos Mahler. Mil ejemplares. Buenos Aires, Andrómeda, 2003, 316 pags.
- Rinesi, Eduardo, Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo. Mil ejemplares. Buenos Aires, Colihue, 2003, 284 pags.

Artículos en libros:

Antunes, Ricardo. “¿Cuál crisis de la sociedad del trabajo?”, en: ¿Adios al trabajo?, versión digital en: http://www.herramienta.com.ar/

Artículos

MST, “¡Que es una cooperativa?”, en: Cartilla del MST, s/d.